Arturo estaba de
pie delante de su eposa en el pasillo de la casa donde los dos vivían con los
parientes de ella. Eva amamantaba al niño quien no se sentía bien desde hacía
días. Mientras Eva acariciaba la cabecita del niño, miraba impacientemente a
Arturo porque sabía que la llamada telefónica que él acababa de recibir tenía
que ver con el accidente. Como siempre Arturo tenía que pensar bien antes de
decir cualquier cosa. Especialmente si era algo importante. Finalmente, Eva
levantó las cejas para indicar que estaba esperando la información. Arturo se
aclaró la garganta y comenzó.
“Bueno, ya sabes
que tengo que encontrar al dueño del carro que atropelló a Elvira. El hijueputa
chofer la atropelló, le fracturó la pierna, y la dejó allí tirada. Si no
hubiera sido por la señora de la tienda, la pobre todavía estuviera en el
andén.”
Eva esperaba
pacientemente a que su marido le dijera algo que ella no supiera. Como ¿quién
carajo lo acababa de llamar? Bueno ¿qué se iba hacer? Ella conocía muy bien a
su esposo y sabía que tarde o temprano él le daría la información.
Elvira era la
hermana menor de Arturo y éste le había conseguido un trabajo a la chica hacía
cinco meses. Unos días antes de que naciera Andrés Arturo, Elvira había venido
para ayudar a Eva con los quehaceres de la casa y con la atención del niño
recien nacido. Eva tuvo un parto normal y en un mes ya estaba en condiciones de
seguir atendiendo la casa y al niño ella sola. Elvira no quiso regresar al
pueblo donde vivía con su madre porque dijo que, como ya no asistía al colegio,
se aburría todo el tiempo. Eva le propuso a Arturo que la dejara seguir
viviendo allí, pero que le consiguiera algo que hacer. Arturo quería que su
hermanita continuara su educación, pero aún los institutos técnicos o pre-universitarios
eran más de lo que él podía costearle. Entonces decidió buscarle un trabajo
durante el día y dejar que ella viera la posibilidad de estudiar por la noche
costeándose a sí misma los estudios. Gracias a la ayuda de la madrina del niño,
quien le dio entrada en su negocio, Elvira se dedicó a vender cosméticos a
domicilio. Resultó ser buena para las ventas y ganaba buenas comisiones.
Después de estar
trabajando por un mes, Elvira decidió que iba a estudiar cosmetología por las
noches en un instituto de belleza que le habían recomendado. Luego, tuvo que
posponerlo unos meses porque necesitaba un medio de transporte que no fueran
los buses. Se estaba gastando casi todo el dinero que hacía en pasajes.
Consiguió una pequeña motocicleta usada a un precio módico y la compró a pesar
de las protestas de su hermano y cuñada que le advertían:
“Tú estás loca
Elvira. No te das cuenta que la gente aquí conduce sin importarles nada y una
moto es un peligro en ruedas.”
“Ay, Eva,
cualquiera que te oye piensa que compré quien sabe que tipo de moto. No ves que
es una motico de esas que sólo manejan las mujeres. Mejor dicho si es como una
bicicleta con un motorcito.”
“Sabemos que tú
eres cuidadosa, Elvira. Eva se refiere a los conductores de vehículos más
grandes. Sobretodo los choferes del transporte público. Tú has visto muy bien
que esos taxis, buses y busetas siempre van a to’a mierda y no frenan ni si ven
a la propia mamá atravesando la calle.”
“¡Ay, qué
exagerado Arturo! No se preocupen que yo voy a tener mucho cuidado siempre. La
mayoría de los accidentes con motos pasan porque los mismos que conducen las
motos no tienen en cuenta los semáforos y además tratan de pasarse a los otros
vehículos por la mano derecha. Parece que creyeran que las reglas de tránsito
no tienen nada que ver con ellos.”
“Bueno en eso
tienes razón, pero aún así preferiría que pudieras tener otra manera de
mobilizarte, chiquita.”
“No te procupes
que nada me va a pasar, y no me digas chiquita.
Acuérdate que ya cumplí dieciocho.”
Elvira cumplió con
su palabra de tener cuidado y anduvo sin percances durante cuatro meses. Cuando
ocurrió el accidente no fue por su culpa. Ocurrió tal como se temían Eva y
Arturo. El conductor de un taxi se acerrcó demasiado rápido a la mano derecha
de la carretera porque allí había un posible pasajero. Pensó que tenía tiempo
antes de que la chica de la moto llegara al punto ya que ella iba lentamente.
Pues está de más decir que no tuvo tiempo y golpeó la moto de costado. Elvira
salió despedida, pero por ir a una velocidad moderada e ir protegida por un
casco, sólo resultó con una pierna lastimada. El conductor, al ver que había
golpeado a la chica, se olvidó del pasajero y se fue a toda velocidad. La dueña
de una tienda vecina se dió cuenta de todo y salió rápidamente a ver la placa
del carro. Ella logró leer dos números y el pasajero que esperaba taxi memorizó
otros tres. Le dieron esa información a la policía de tránsito que llegó pocos
minutos después de que llegara la ambulancia.
La dueña de la
tienda estaba más preocupada por el estado de Elvira que por agarrar al chofer
delicuente y por eso pidó una ambulancia antes de llamar a la policía. Elvira
estaba aturdida y temblorosa, pero los paramédicos enseguida notaron que, fuera
de la pierna fracturada, iba a estar bien. Los policías la dejaron ir en la
ambulancia y se concentraron en iniciar la investigación con los dos testigos.
Los dos hicieron un recuento de lo sucedido y dieron a la policía los números
de la placa que pudieron obtener. Los policías les agradecieron y les pidieron
estar disponibles por si el caso pasaba a la corte. Luego los dos policías se
transladaron al hospital para enterarse del estado de salud de la muchaha y
para ver con que familiar podían hablar acerca del caso.
En el hospital se
enteraron que Elvira tenía una fractura simple en la pierna derecha y que
estaría bien en aproximádamente 40 días. Se encontraba sentada en la cama con
la pierna enyesada sobre la cama y la otra pierna balanceándose en el aire
entre la cama y el piso. Hablaba con su hermano Arturo a quien el hospital
había contactado hacía sólo media hora. Arturo se veía preocupado y Elvira
trataba de darle ánimos diciéndole que el taxista había tenido la culpa de todo
y que ella agradecía al cielo de tener sólamente una pierna fracturada. Los dos
policías se presentaron con Arturo y le aseguraron que su hermana tenía razón y
que esperaban encontrar al taxista. Uno de los policías, quien se presentó como
el oficial Ramírez , le pidió a Arturo su número de teléfono y se ofreció a
poner un esfuerzo personal en el caso.
El sargento Ramírez
fue la persona que llamó esa noche a la casa. Eva no podía escuchar los
detalles de la conversación desde donde se encontraba amamantando al niño y por
eso estaba impaciente porque su esposo le contara.
“¿Qué te dijo
Arturo? ¿Ya encontraron al pendejo ese, o qué?”
“No mami, pero el
oficial me dijo que tienen una buena idea de quien es el dueño del taxi. Parece
que es un señor que tiene tres o cuatro carros. Ese taxista es uno de sus
conductores de turno diario.”
“¿Le pediste que
te diera todos los nombres?”
“Sí, pero me dijo
que no podía porque yo soy un civil. Me dijo que ellos se encargarían de todo.”
“Sí claro, como si
ellos hicieran eso por amor amor al prójimo o porque sea su trabajo ¿No será
que quiere dinero?”
“¡Aay, cómo que
no! No lo tiene que decir. Se lo reconocí en la manera de hablar, poniendo
tanto pero y alargando explicaciones.”
“¡Nojoda, ese
policía manda huevo! Dile que a tí sólo te interesa saber quien es el dueño del
taxi para que tome la responsabilidad que le corresponde con los cargos del
hospital. Dile que ellos verán que hacen con el chofer que dejó la escena del
accidente. Esa parte es asunto de la policía no tuya. Tú no tienes por qué
pagar para que ellos cumplan con su deber.”
El niño casi se
despierta con este estallido de Eva y ella tuvo que mecerlo un poquito y bajar
la voz. Cuando estuvo segura de que estaba dormido de nuevo, fue a ponerlo en
la cuna. Arturo la siguió al cuarto y le respondió en voz baja.
“No mija, él no
quiso decir que quiere que le pague para que arresten al chofer. Sólo dijo que
quería que habláramos personalmente acerca del dueño del taxi y, en mi
experiencia, eso quiere decir que quiere una propina por la información.”
“Bueno, entonces
dile que la plata no cae del cielo. Ahora todo el mundo está en la mala. Noy
hay dinero extra para nada. Ya sé —llévale una botella de wiskey para
contentarlo cuando hables con él.”
Los dos salieron
de la habitación para seguir su conversación sin peligro de despertar al niño
que no había estado durmiendo bien últimamente. Fueron a sentarse en ta terraza
como hacían a menudo para refrescarse un poco antes de retirarse a dormir.
“Sí, ¿verdad?”
—Respondió por fín Arturo— “Le doy un detallito y él no va a ser tan descarado
como para pedirme dinero de frente siendo un hombre de ley.”
“Sí, ya sabes como
son todos ellos. Tiran el anzuelo y pendejo tú si muerdes.”
“Ja, ja, ja”
—Arturo comenzó a reir en esos momentos y Eva le preguntó de qué se estaba
riendo.
“Es que me estaba
acordando de lo que le pasó al compadre Daniel la vez que la vecina lo denunció
a la policía por hacer mucho ruido o algo así.”
“Yo no me acuerdo
bien ¿Qué fue lo que le pasó?”
“Que mandaron a un solo oficial a encargarse del
denuncio. Mi compadre dice que el policía llegó a la casa con suficiente alboroto
para que lo oyera la vecina que había puesto la queja. Se paseó un rato de
arriba a abajo por la casa de Daniel y dijo que regresaría al día siguiente.
Cuando lo hizo, le dijo que no se preocupara que él no iba a hacer un reporte
oficial, pero que tuviera más discreción y cuidado con lo que hacía enfrente de
la vieja chismosa de al lado. ¡Ja, ja, ja! Mi compadre dice que él le preguntó
acerca del poquito de marihuana porque él sabía muy bien que el policía lo
había visto en una lata de galletas en la cocina. El policía se hizo el
ignorante al principio, pero al rato le dijo que no había nada que reportar
sobre la lata porque ya él se había fumado el contenido y ahora se encontraba
vacía. Dice Daniel que el oficial se fue haciéndole un giño de ojo. Daniel fue
a la cocina después que se había ido el oficial y en efecto encontró vacía la
lata.”
“¿Te das cuenta?
Son todos una partida de sinvergüenzas. Sí, es muy cómico lo que le pasó al
compadre, pero eso sólo ilustra una vez más de lo que ellos son capaces.”
Eva y Arturo se
quedaron silenciosos por un rato, mirando a la gente que pasaba a esa hora por
la calle. Arturo pensaba en otro incidente de cuando él mismo era más joven.
Eso nunca lo sabría su esposa porque formaba parte de un pasado que prefería no
tener que compartir con ella. Le sucedió cuando tenía 17 años y andaba en malas
compañías, apostando en los billares y fumando marihuana. Una noche depués de
salir de un billar, se paró en la calle para saludar a un amigo que andaba por
ahí buscando donde esconderse para meterse una baretica. Un vehículo de la
policía pasó en esos momentos y paró. Un oficial los arrestó y los empujó hacia
la camioneta cerrada. Dentro de la camioneta ya se encontraban dos prostitutas,
un prostituto y borracho desmayado en el piso de carro. Dos cuadras antes de
llegar a la estación de policía, el carro se detuvo en un callejón vacío. Los
dos policías se acercaron a sus detenidos y uno de ellos les dijo:
““Bueno y qué; van a ser tan pendejos de
dejarse llevar. Vamos purifíquense con unos pesos y se van para sus casas.” —Discutieron
un rato sobre el precio hasta que todos llegaron a un acuerdo. Arturo y su
amigo convencieron al policía de dejarlos ir a los dos por el precio de uno
porque en realidad ellos no habían hecho nada malo. Una de las prostitutas
procedió a hurgar los bolsillos del borracho después de pagar su propia multa.
Esta acción enfureció al policía quien la trató de sinvergüenza y aprovechada,
a lo que la chica replicó:
“Ay, papito, pero
que quieres que haga si me dejaste sin plata para el desayuno. Éste está tan
borracho que no se va a acordar ni de lo que traía encima. Además, todo el
mundo sabe que él va a terminar pela’o de todo lo que trae, ya sea aquí o con
ustedes en la estación. Por lo menos déjame coger los zapatos que están
buenecitos y alguien me los puede comprar.”
El policía
viéndose acorralado en sus propias intenciones, accedió a que se llevara los
zapatos, pero le advirtió que dejara los bolsillos tal como estaban. Así se
salvó el grupito de pasar una noche en la cárcel. Por eso Arturo, por el tono y
palabreo, conocía muy bien las intenciones del tal oficial Ramírez, aunque
teniendo en cuenta que él no era quien había quebrantado la ley, le iba a salir
más barato.
El día siguiente fue
otro día de trabajo para Arturo. Al salir del trabajo, y antes de ir a recoger
a Elvira del hospital, fue a la estación de policía para hablar con el oficial llevando
una botella de wiskey más o menos de buena calidad. Él estaba seguro que sería
suficiente para obtener la poca información que necesitaba.
Publicado en "Más allá de las fronteras cuento" por Ediciones Nuevo Espacio, 2004
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