Wednesday, June 5, 2013

La mordida (cuento)



Arturo estaba de pie delante de su eposa en el pasillo de la casa donde los dos vivían con los parientes de ella. Eva amamantaba al niño quien no se sentía bien desde hacía días. Mientras Eva acariciaba la cabecita del niño, miraba impacientemente a Arturo porque sabía que la llamada telefónica que él acababa de recibir tenía que ver con el accidente. Como siempre Arturo tenía que pensar bien antes de decir cualquier cosa. Especialmente si era algo importante. Finalmente, Eva levantó las cejas para indicar que estaba esperando la información. Arturo se aclaró la garganta y comenzó.
“Bueno, ya sabes que tengo que encontrar al dueño del carro que atropelló a Elvira. El hijueputa chofer la atropelló, le fracturó la pierna, y la dejó allí tirada. Si no hubiera sido por la señora de la tienda, la pobre todavía estuviera en el andén.”
Eva esperaba pacientemente a que su marido le dijera algo que ella no supiera. Como ¿quién carajo lo acababa de llamar? Bueno ¿qué se iba hacer? Ella conocía muy bien a su esposo y sabía que tarde o temprano él le daría la información.
Elvira era la hermana menor de Arturo y éste le había conseguido un trabajo a la chica hacía cinco meses. Unos días antes de que naciera Andrés Arturo, Elvira había venido para ayudar a Eva con los quehaceres de la casa y con la atención del niño recien nacido. Eva tuvo un parto normal y en un mes ya estaba en condiciones de seguir atendiendo la casa y al niño ella sola. Elvira no quiso regresar al pueblo donde vivía con su madre porque dijo que, como ya no asistía al colegio, se aburría todo el tiempo. Eva le propuso a Arturo que la dejara seguir viviendo allí, pero que le consiguiera algo que hacer. Arturo quería que su hermanita continuara su educación, pero aún los institutos técnicos o pre-universitarios eran más de lo que él podía costearle. Entonces decidió buscarle un trabajo durante el día y dejar que ella viera la posibilidad de estudiar por la noche costeándose a sí misma los estudios. Gracias a la ayuda de la madrina del niño, quien le dio entrada en su negocio, Elvira se dedicó a vender cosméticos a domicilio. Resultó ser buena para las ventas y ganaba buenas comisiones.
Después de estar trabajando por un mes, Elvira decidió que iba a estudiar cosmetología por las noches en un instituto de belleza que le habían recomendado. Luego, tuvo que posponerlo unos meses porque necesitaba un medio de transporte que no fueran los buses. Se estaba gastando casi todo el dinero que hacía en pasajes. Consiguió una pequeña motocicleta usada a un precio módico y la compró a pesar de las protestas de su hermano y cuñada que le advertían:
“Tú estás loca Elvira. No te das cuenta que la gente aquí conduce sin importarles nada y una moto es un peligro en ruedas.”
“Ay, Eva, cualquiera que te oye piensa que compré quien sabe que tipo de moto. No ves que es una motico de esas que sólo manejan las mujeres. Mejor dicho si es como una bicicleta con un motorcito.”
“Sabemos que tú eres cuidadosa, Elvira. Eva se refiere a los conductores de vehículos más grandes. Sobretodo los choferes del transporte público. Tú has visto muy bien que esos taxis, buses y busetas siempre van a to’a mierda y no frenan ni si ven a la propia mamá atravesando la calle.”
“¡Ay, qué exagerado Arturo! No se preocupen que yo voy a tener mucho cuidado siempre. La mayoría de los accidentes con motos pasan porque los mismos que conducen las motos no tienen en cuenta los semáforos y además tratan de pasarse a los otros vehículos por la mano derecha. Parece que creyeran que las reglas de tránsito no tienen nada que ver con ellos.”
“Bueno en eso tienes razón, pero aún así preferiría que pudieras tener otra manera de mobilizarte, chiquita.”
“No te procupes que nada me va a pasar, y no me digas chiquita. Acuérdate que ya cumplí dieciocho.”
Elvira cumplió con su palabra de tener cuidado y anduvo sin percances durante cuatro meses. Cuando ocurrió el accidente no fue por su culpa. Ocurrió tal como se temían Eva y Arturo. El conductor de un taxi se acerrcó demasiado rápido a la mano derecha de la carretera porque allí había un posible pasajero. Pensó que tenía tiempo antes de que la chica de la moto llegara al punto ya que ella iba lentamente. Pues está de más decir que no tuvo tiempo y golpeó la moto de costado. Elvira salió despedida, pero por ir a una velocidad moderada e ir protegida por un casco, sólo resultó con una pierna lastimada. El conductor, al ver que había golpeado a la chica, se olvidó del pasajero y se fue a toda velocidad. La dueña de una tienda vecina se dió cuenta de todo y salió rápidamente a ver la placa del carro. Ella logró leer dos números y el pasajero que esperaba taxi memorizó otros tres. Le dieron esa información a la policía de tránsito que llegó pocos minutos después de que llegara la ambulancia.
La dueña de la tienda estaba más preocupada por el estado de Elvira que por agarrar al chofer delicuente y por eso pidó una ambulancia antes de llamar a la policía. Elvira estaba aturdida y temblorosa, pero los paramédicos enseguida notaron que, fuera de la pierna fracturada, iba a estar bien. Los policías la dejaron ir en la ambulancia y se concentraron en iniciar la investigación con los dos testigos. Los dos hicieron un recuento de lo sucedido y dieron a la policía los números de la placa que pudieron obtener. Los policías les agradecieron y les pidieron estar disponibles por si el caso pasaba a la corte. Luego los dos policías se transladaron al hospital para enterarse del estado de salud de la muchaha y para ver con que familiar podían hablar acerca del caso.
En el hospital se enteraron que Elvira tenía una fractura simple en la pierna derecha y que estaría bien en aproximádamente 40 días. Se encontraba sentada en la cama con la pierna enyesada sobre la cama y la otra pierna balanceándose en el aire entre la cama y el piso. Hablaba con su hermano Arturo a quien el hospital había contactado hacía sólo media hora. Arturo se veía preocupado y Elvira trataba de darle ánimos diciéndole que el taxista había tenido la culpa de todo y que ella agradecía al cielo de tener sólamente una pierna fracturada. Los dos policías se presentaron con Arturo y le aseguraron que su hermana tenía razón y que esperaban encontrar al taxista. Uno de los policías, quien se presentó como el oficial Ramírez , le pidió a Arturo su número de teléfono y se ofreció a poner un esfuerzo personal en el caso.
El sargento Ramírez fue la persona que llamó esa noche a la casa. Eva no podía escuchar los detalles de la conversación desde donde se encontraba amamantando al niño y por eso estaba impaciente porque su esposo le contara.
“¿Qué te dijo Arturo? ¿Ya encontraron al pendejo ese, o qué?”
“No mami, pero el oficial me dijo que tienen una buena idea de quien es el dueño del taxi. Parece que es un señor que tiene tres o cuatro carros. Ese taxista es uno de sus conductores de turno diario.”
“¿Le pediste que te diera todos los nombres?”
“Sí, pero me dijo que no podía porque yo soy un civil. Me dijo que ellos se encargarían de todo.”
“Sí claro, como si ellos hicieran eso por amor amor al prójimo o porque sea su trabajo ¿No será que quiere dinero?”
“¡Aay, cómo que no! No lo tiene que decir. Se lo reconocí en la manera de hablar, poniendo tanto pero y alargando explicaciones.”
“¡Nojoda, ese policía manda huevo! Dile que a tí sólo te interesa saber quien es el dueño del taxi para que tome la responsabilidad que le corresponde con los cargos del hospital. Dile que ellos verán que hacen con el chofer que dejó la escena del accidente. Esa parte es asunto de la policía no tuya. Tú no tienes por qué pagar para que ellos cumplan con su deber.”
El niño casi se despierta con este estallido de Eva y ella tuvo que mecerlo un poquito y bajar la voz. Cuando estuvo segura de que estaba dormido de nuevo, fue a ponerlo en la cuna. Arturo la siguió al cuarto y le respondió en voz baja.
“No mija, él no quiso decir que quiere que le pague para que arresten al chofer. Sólo dijo que quería que habláramos personalmente acerca del dueño del taxi y, en mi experiencia, eso quiere decir que quiere una propina por la información.”
“Bueno, entonces dile que la plata no cae del cielo. Ahora todo el mundo está en la mala. Noy hay dinero extra para nada. Ya sé —llévale una botella de wiskey para contentarlo cuando hables con él.”
Los dos salieron de la habitación para seguir su conversación sin peligro de despertar al niño que no había estado durmiendo bien últimamente. Fueron a sentarse en ta terraza como hacían a menudo para refrescarse un poco antes de retirarse a dormir.
“Sí, ¿verdad?” —Respondió por fín Arturo— “Le doy un detallito y él no va a ser tan descarado como para pedirme dinero de frente siendo un hombre de ley.”
“Sí, ya sabes como son todos ellos. Tiran el anzuelo y pendejo tú si muerdes.”
“Ja, ja, ja” —Arturo comenzó a reir en esos momentos y Eva le preguntó de qué se estaba riendo.
“Es que me estaba acordando de lo que le pasó al compadre Daniel la vez que la vecina lo denunció a la policía por hacer mucho ruido o algo así.”
“Yo no me acuerdo bien ¿Qué fue lo que le pasó?”
“Que mandaron a un solo oficial a encargarse del denuncio. Mi compadre dice que el policía llegó a la casa con suficiente alboroto para que lo oyera la vecina que había puesto la queja. Se paseó un rato de arriba a abajo por la casa de Daniel y dijo que regresaría al día siguiente. Cuando lo hizo, le dijo que no se preocupara que él no iba a hacer un reporte oficial, pero que tuviera más discreción y cuidado con lo que hacía enfrente de la vieja chismosa de al lado. ¡Ja, ja, ja! Mi compadre dice que él le preguntó acerca del poquito de marihuana porque él sabía muy bien que el policía lo había visto en una lata de galletas en la cocina. El policía se hizo el ignorante al principio, pero al rato le dijo que no había nada que reportar sobre la lata porque ya él se había fumado el contenido y ahora se encontraba vacía. Dice Daniel que el oficial se fue haciéndole un giño de ojo. Daniel fue a la cocina después que se había ido el oficial y en efecto encontró vacía la lata.”
“¿Te das cuenta? Son todos una partida de sinvergüenzas. Sí, es muy cómico lo que le pasó al compadre, pero eso sólo ilustra una vez más de lo que ellos son capaces.”
Eva y Arturo se quedaron silenciosos por un rato, mirando a la gente que pasaba a esa hora por la calle. Arturo pensaba en otro incidente de cuando él mismo era más joven. Eso nunca lo sabría su esposa porque formaba parte de un pasado que prefería no tener que compartir con ella. Le sucedió cuando tenía 17 años y andaba en malas compañías, apostando en los billares y fumando marihuana. Una noche depués de salir de un billar, se paró en la calle para saludar a un amigo que andaba por ahí buscando donde esconderse para meterse una baretica. Un vehículo de la policía pasó en esos momentos y paró. Un oficial los arrestó y los empujó hacia la camioneta cerrada. Dentro de la camioneta ya se encontraban dos prostitutas, un prostituto y borracho desmayado en el piso de carro. Dos cuadras antes de llegar a la estación de policía, el carro se detuvo en un callejón vacío. Los dos policías se acercaron a sus detenidos y uno de ellos les dijo:
““Bueno  y qué; van a ser tan pendejos de dejarse llevar. Vamos purifíquense con unos pesos y se van para sus casas.” —Discutieron un rato sobre el precio hasta que todos llegaron a un acuerdo. Arturo y su amigo convencieron al policía de dejarlos ir a los dos por el precio de uno porque en realidad ellos no habían hecho nada malo. Una de las prostitutas procedió a hurgar los bolsillos del borracho después de pagar su propia multa. Esta acción enfureció al policía quien la trató de sinvergüenza y aprovechada, a lo que la chica replicó:
“Ay, papito, pero que quieres que haga si me dejaste sin plata para el desayuno. Éste está tan borracho que no se va a acordar ni de lo que traía encima. Además, todo el mundo sabe que él va a terminar pela’o de todo lo que trae, ya sea aquí o con ustedes en la estación. Por lo menos déjame coger los zapatos que están buenecitos y alguien me los puede comprar.”
El policía viéndose acorralado en sus propias intenciones, accedió a que se llevara los zapatos, pero le advirtió que dejara los bolsillos tal como estaban. Así se salvó el grupito de pasar una noche en la cárcel. Por eso Arturo, por el tono y palabreo, conocía muy bien las intenciones del tal oficial Ramírez, aunque teniendo en cuenta que él no era quien había quebrantado la ley, le iba a salir más barato.
El día siguiente fue otro día de trabajo para Arturo. Al salir del trabajo, y antes de ir a recoger a Elvira del hospital, fue a la estación de policía para hablar con el oficial llevando una botella de wiskey más o menos de buena calidad. Él estaba seguro que sería suficiente para obtener la poca información que necesitaba. 

Publicado en "Más allá de las fronteras cuento" por Ediciones Nuevo Espacio, 2004

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